VENGANZA
No pude hacer
pié y caí.
Debo explicar muy bien esta frase
para que se entienda sin sombra de duda, por qué y qué significa realmente
puesto que son múltiples, casi infinitas, las situaciones que pudieron darle
origen y sentido, y sólo me interesan las que me pertenecen y que me obligaron
a pronunciarlas o tal vez simplemente a pensarlas, sin emitirlas en voz alta, o
mascullarlas en voz baja y apretada.
Y además
averiguar qué relación guardan – si la guardan – con el título que las antecede
y que no parece relacionarse con ellas de ninguna manera.. Es inahabitual para
mí comenzar algo de esta forma tan verborrágica y confusa, y en esta situación
extrema mi embarazo contribuye a oscurecer mis argumentaciones, aun antes de
haberlas pronunciado. No veo cómo salir de semejante atolladero – más
parecido a un campo de arenas movedizas que al principio de un escrito que se
titula con gran expectación Venganza – aunque no es seguro que ése sea
un título – no veo otra forma más que desechar lo que antecede y comenzar de
cero otra vez – lo que, entiendo ahora, guarda un gran parecido con la propia
vida, ya que continuadamente estamos comenzando de nuevo, sin entender lo que
pasó antes, sin saber muy bien cómo se ha llegado hasta allí, ni lo que –
eventualmente – signifique o vaya a significar el hecho o la decisión de
empezar de cero otra vez.
Empezar de cero
no es tampoco una consigna muy aceptable o deseable, pues cómo sería posible
volver a cero, si es que alguna vez pudimos serlo, lo que no es seguro, para
recomenzar sin conservar algo de lo anterior, sin vestigios de un tiempo que
indudablemente fue anterior a éste, en el que intentamos recomenzar. En sí
mismo el re-comenzar ya está postulando algo anterior, que no es
nada pues es, no es cero y no se puede hacer pié en eso para comenzar de
cero.
¿Cómo decía
yo? No pude hacer pié y caí.
Evidentemente es
una descripción rápida de una situación incómoda.
¿Cómo llegué
hasta allí?
¿a no hacer pié?
¿resbalando por
el borde del fangal?
¿queriendo dar
un salto y superar el momento insoportable?
Además y al
parecer, la cosa había pasado ya, el tiempo del verbo anunciaba que la caída se
había producido, entonces ¿dónde estaba yo ahora, después de la caída? ¿en el fondo de un pozo? ¿en la cuneta de una calle? ¿en una tumba sin nombre? ¿qué significaba en realidad ahora, esto de haber caído? ¿y la venganza? ¿cuál era su papel en este abanico de
incertezas? ¿una venganza dudosa? ¿o un tiempo de dudas y de titubeos? ¿titubeos funestos, pues no se puede dudar en
el fondo de un pozo o en una tumba sin nombre?
Otra, la venganza supone ira, enojo, deseos de devolver golpe por golpe,
pero ¿cuáles golpes? ¿a quién?
Caí
¿Caí? ¿habré caído cuando creí caer?
¿La caída será
mi magdalena con su taza de tilo?
Para eso debería
la caída remitirme a algo anterior, cosa que por ahora no sucede. Caídas
anteriores hubo, sin duda. Recuerdo una
de las primeras jugando a la rana, al saltar yo Arturo dio un paso al costado y
como no tuve su espalda como apoyo me fui de cabeza al adoquinado de la calle
Cochabamba. Un corte de tres puntos en
el entrecejo, una cicatriz que turbó mi preadolescencia, un karma tan estúpido
visto desde el presente, como implacable para entonces. ¿Arturo? Bien, gracias. ¿Venganza? Un poco tarde y desproporcionado
para festejos.
¡Otras
caídas? Hubo, hubo, tal vez no tan
físicas, pero las hubo y todas, a su manera y en su momento, dolieron. Pero nada que ver con venganzas. Todas las caídas fueron por mi propia culpa,
casi no es necesario aclararlo. Todas
las caídas refieren al mismo tipo que cae.
Por acción o por omisión.
Volvamos al
principio: ¿cómo era?
No pude hacer
pié, y caí.
Triste historia,
una imagen deplorable, un tipo más o menos viejo, trastabillando y finalmente
cayendo. Los espectadores están tentados a decir:
- Y... se veía
que iba a caer.
- Era de dios
que caería.
- Estuvo a punto
de equilibrarse pero al final, cayó nomás
- Yo no sé qué
pasa con esta gente, si no tiene equilibrio, para qué sale de su casa. Y para peor sin compañía.
- Usted vio que
al final se cayó. Si, se cayó, cuan largo era. O corto, según se mire.
Ahora con tantos
testigos y opiniones, cómo se explica que no sepamos por qué y dónde, y qué
pasó después.
Sabemos que no
se puede confiar en testigos, cada uno ve algo distinto. Pero, el propio
interesado, yo mismo, saber menos que ellos es trágico, imperdonable, y encima
el asunto de la venganza para complicarlo todo.
No, es tragicómico, casi no lo soporto.
Volvamos a las
fuentes,. Caer viene del latín cadre,
del que se deriva, caduco. O sea, cae lo
que está caduco, finiquitado, algo perecedero que perece, que se convertirá en
nada, en cero, muy pronto. Y venganza
viene también del latín, vindicare, reclamar, librar, vindicar, tomar revancha,
de lo que deriva devengar: reclamo lo que me deben. O sea que para que haya
venganza debe existir una deuda previa, que uno, el perjudicado, reivindica y
finalmente cobra. Cobra o cae.
Y es lo que casi
siempre ocurre y lo que cobra es el porrazo que se da al caer. ¿Sería éste el caso?
A esta altura a
mí me resulta fascinante la frase anterior que parece aclararlo todo y sin
embargo no aclara nada. No tengo la
menor idea ni un mínimo recuerdo de que se me debiera nada y estuviera a punto
de cobrar cuando caí.
Simplemente
perdí el pié y caí.
Hay cierta
lógica en decir “no pude hacer pié y caí”
o “perdí el pié y caí”. Porque si no lo pude hacer (al pié) lo perdía
antes de haberlo hecho. Pero todas son
frases: miro hacia el piso y mis dos pies están allí, inmóviles, desentendidos,
como si no tuvieran nada que ver, no sólo con estas palabras, sino conmigo que
estoy unido a ellas a través de las piernas, que también están inmóviles y
silenciosas, como si nada de todo esto tuviera que ver con alguna de ellas dos,
o con sus extremidades, los pies, unidos a ellas irremisiblemente, enfundados
en unas zapatillas de lona blanca que contribuyen a su anonimato.
Debería dejar
esto para otro momento, algo más luminoso que el presente, ya que no hago más
que dar círculos alrededor de lo mismo, sin ningún avance. Es interesante eso de dar círculos – sin
mover los pies – dar un círculo tras otro y estar en el mismo lugar aunque esta
enunciación es muy engañosa, porque no se está en el mismo lugar aunque parezca
estarlo, puesto que el tiempo está pasando giro tras giro y ya se sabe –
Heráclito y todo eso del río mediante – que no se baja dos veces al mismo río;
ni el río es el mismo ni nosotros lo somos, por más que los círculos sean todo
lo viciosos que uno quiera.. Justamente
es un vicio de la imaginación esto de dar círculos y creer al mismo tiempo que
uno no se mueve del lugar. Es un vicio
de la imaginación creer que uno cae, o cayó, o está cayendo permanentemente sin
llegar a ningún fondo, sin terminar en ninguna tumba sin nombre; uno, en
realidad, cae – si cae – y llega a algún lugar dónde se estampa contra algo, lo
quiera o no, y ahí, ahí, termina la caída.
Y finalmente - si la caída no terminó con uno – uno se incorpora y
empieza a salir de donde cayó: para los costados o para arriba o hacia algún
lugar menos inhóspito y menos solitario. Y eso, definitivamente, es tener
suerte. Incorporarse y salir. Salir al encuentro. Y encontrar a alguien. Es mucha suerte, muchísima. ¡Encontrar a
alguien! Es casi impensable tener tanta suerte.
In memoriam Susana Silvestre.
PD. Quien
terminó sus días arrojándose por una ventana a causa de la ira incontrolable
derivada de un cáncer de pulmón provocado por su afición a fumar.