FRAGMENTOS
Y hay una
ilusión y es la de la totalidad, de lo universal unívoco, de su desarrollo
ininterrumpido y cronológico, creciente, perfeccionándose a sí mismo,
madurando, en camino desde la inocencia primera hasta la chochera última, la
obra inmensa, completa, omnisapiente, omnicomprensiva y terminada.
Y es una
ilusión lingüística, una peculiar sintaxis aplicada en el laboratorio y que
nada tiene que ver con el mundo tal como es.
En realidad
todo a lo que podemos aspirar es a una clasificación fragmentaria, provisional
e incompleta, una sucesión imperfecta de yuxtaposiciones, una pocas con algún
fundamento, la mayoría gratuitas, desconocidas, desafortunadas, sin ley ni concierto. En realidad debemos aplicar nuestras
precarias, embrionarias herramientas a la inconclusa serie de lo real, dominada
por el caos, el exabrupto, la no repetibilidad ni la comprobación, una serie
que no admite experiencias ni provocación, que solo se da cuando quiere, sin
memoria, sin anuncio ninguno, sin repetición porque no hay memoria
suficiente. Y así se debe afrontar el
tiempo, parado en la escasa punta de un iceberg derritiéndose en un mar móvil y
agitado, en la tibieza de unas aguas de las que no se vislumbran ni fondo ni
costas cercanas, un mar oscurecido por nubes densas que tapan toda luz posible,
un mar de aguas sin imaginación ni fantasía.
Eso es lo
real -la muerte de la imaginación basada en algo anterior , la imaginación
axiomática y posible- la imaginación que es el cemento, el hilo de Ariadna del
argumento de la historia. Por eso no hay historia y no hay argumento. El tiempo
es una falacia que se descubre con el paso del tiempo. Comprendemos al fin que
el tiempo no existe, que la memoria es un compartimiento de lo actual -una
variación del presente, un desplazamiento- para impedir la locura. Un cajoncito aislado donde se almacena la
locura del momento presente, donde se anulan las diversidades fragmentarias que
omnubilan el foco de la atención y donde, escondiéndolas y sometiéndolas a un
régimen de clausura, se despeja la mente y permite juzgar lo apropiado de lo
actual -por llamarlo de algún modo. Lo
apropiado de lo real es la tendencia a tomar lo que se quiere y asumirlo como
verdadero, como propio. Lo real es
entonces el fragmento que consigo apropiarme con el fin de seguir en pie, una
escisión particular, un lugar apartado, un surco, una entalladura que me
contiene. Cada real corresponde a un individuo, a un foco individual, separado. Cada individuo, cada observador obtiene como
producto de su propia actividad su particular real de la realidad. La
comunicación y la solidaridad son epifenómenos de la conciencia sin existencia
real, sin funcionalidad posible. El correlato de la comunicación es la ilusión de una realidad
unitaria y común. Una planicie sin arrugas. No se condice con lo observado,
jamás se ha podido convenirla ni asemejarla. A lo sumo se emparientan, con
mucho esfuerzo, representaciones puras, sin sujeto real.
Es el
purgatorio. Todos quieren algo que
parece ser para todos lo mismo pero que, en realidad, para cada uno representa
algo distinto. Lo peor adviene al comprender que ese algo representado no
existe. Este particular purgatorio es eterno y es un recorrido de desencanto en
desilusión y vuelta por todas las escisiones de una realidad que no cesa de fragmentarse hasta el infinito. Pero como
las cortaduras en la recta de Dedekin, este infinito no es congruente, dado que
se repite en cada fragmento separado
por una cortadura, es decir, en cada persona. Solamente en el purgatorio puede
hablarse de suma de infinitos infinito.
pero esto no es más que un juego absurdo de lenguaje, al desear tener y
enunciar una teoría unitaria de la realidad, una teoría totalizadora,
especialmente si lo real es monista de cabo a rabo, a pesar del materialismo
dialéctico, de Marx, de Hegel y de toda la compañía. A qué puede aspirar un
grano de arena si no es a una teoría granular de un fragmento del inmenso y
adivinado arenal. Qué puede saber un
grano de arena del desierto de Sahara. Y no digamos si para peor el grano de
arena en cuestión pertenece al desierto de Gobi, o, en todo caso, a un arenal
de la provincia de Santiago de Estero. Enunciar una teoría seguramente puede,
es más, debe hacerlo para su propio bien, para consumo interno, para solventar
la locura de la memoria, la falacia de un pasado que quiere convencerlo de su
anterior pertenencia a un bloque único, el origen común de todos los granos de
arena, sean de donde hayan sido. Pero la dispersión del viento, los
innumerables caminos del viento, los obstáculos, la rodadura, el desgaste, el
tiempo, el tiempo, esa otra falacia,
hace muy bien su trabajo, cambia, repara, modifica, rebautiza, separa, de manera que al cabo, cuando cada
grano asume su propia individualidad, encarna su fragmento único y sagrado, el
mal está hecho, la unidad está rota, el universo es una sumatoria: llantos,
gemidos, quejas, nada pueden, es tarde, hemos de agonizar por separado, hemos
de entrar en lo real solos, y una sola realidad nos será posible. Particular y
única para cada uno.
“Y en alguna parte todavía pasan los leones
ignorando
toda impotencia, mientras perdura su
esplendor.”