domingo, 25 de agosto de 2013

SENECTUTE

    

                                           I





Este lugar es todo distinto.  Todo distinto. Realmente no reconozco nada.
Y no se ve el monte.  Está todo cerrado, cerrado, no se ve la luz del día.  Todo distinto. Hay algunos hombres y mujeres, todos viejos, achacados.  Andan de aquí para allá, sin hacer otra cosa que murmurar en voz baja vaya a saber qué. Algunos cierran los ojos y parecen ausentes, otros parecen ausentes con los ojos abiertos, y están los que abiertos o cerrados, se meten en todo como si te conocieran de siempre.
Yo no hablo con nadie.  ¿De qué hablaría?  ¿Conocen algo de mí, acaso? ¿De quién soy y de lo que me pasa?  Además, aunque fueran normales y entendieran las palabras, ¿comprenderían mis sentimientos?  ¿Podrían entender la traición?
¿Acaso se puede entender la traición?

Por eso no hablo con nadie. Mi refugio es el silencio, mi consuelo es el silencio.




                                              II





Pienso. Todo el tiempo pienso.  Recuerdo, recuerdo muchas cosas y otras se me olvidan, me doy cuenta del hueco que dejan las cosas que no logro recordar.
A veces una cara vagamente conocida me ronda, aparece de repente desde un costado y se posiciona frente a mi.  Me sonríe con una sonrisa bobalicona. A veces habla y otras veces no.  A veces son dos las caras, las dos sonríen.
Cuando hablan, casi siempre empiezan con:
- ¿Sabés quién soy?
Y lo repiten una y otra vez, sin dejarme tiempo para pensar.
Cuando se desalientan y abandonan la presión, el reconocimiento viene en puntas de pie y digo en voz baja, porque no me gusta alardear:
- Josefina. 
O, si cuadra:
- Velia.
O:
- Oscar.
A veces tengo ocasión de decir:
- Mabel.
Y menos:
- Lucho. – o – Rodolfo – o -  Mercedes.
Ni qué decir de los otros nombres, esos que sí son más difíciles, los ... cómo es... los nietos, los nietos que son más de treinta, más la media docena de sus hijos, mis... bisnietos. Pero eso lo pienso rara vez, porque es muy complicado y nadie me puede ayudar.

Y entonces, cuando digo el nombre que esperan oír, sonríen de una manera más extraña aún, como si detrás de la máscara de alegría de la sonrisa, un frunce contrajera de preocupación el resto de la cara no comprometido con la sonrisa.
Y yo pienso que si con la sola mención de sus nombres correctos se duelen tanto, que pasaría si les comentara todo lo demás que pasa por mi cabeza, aún lo mínimo. Y entonces, para que no salgan corriendo, trato de evitar toda palabra, trato de disimular lo que verdaderamente pienso.  Pero aún así, a medias palabras y gestos indescifrables, ellos van dejándome información de la que voy sacando lentamente una idea general de lo que pasó y sigue pasando, a propósito de este lugar tan inhóspito, tan vacío de todo.
Es una tarea muy cansada, una tarea ingrata, que para colmo tiene la dificultad agregada del tiempo que media entre una visita y otra, tiempo lleno de vacío, un tiempo interminable que es como una goma de borrar, que va deteriorando lo que he sacado en limpio de la visita anterior, de tal manera que en la siguiente gasto la mitad del tiempo en tratar de recordar hasta dónde había llegado y a partir de allí, agregar algo nuevo. Pero también he desarrollado un método que parece ayudar: a cada migaja nueva que logro incorporar inmediatamente a una visita, a cada una de ellas procuro adosarle un recuerdo de antes, un recuerdo de afuera, de manera que se forma una trama con lo conocido de siempre  que impide el olvido, por lo menos lo dificulta y lo hace durar un poco más.  Total aquí no tengo nada que hacer, la comida está todas las veces, con una precisión más exacta que el hambre, cuando uno está cansado se acuesta y duerme, nadie te pide nada, casi nadie te dirige la palabra y entonces tengo todo lo que quiero para pensar y recordar y asociar.  Yo me digo cada vez que cuadra que soy un experto en mi propia vida: tengo siete piolines para tirar, cuatro activos y tres pasivos, piolines que jalados convenientemente y con el cuidado debido van trayendo todo el pasado al escenario, por lo menos ese pasado que recuerdo y algunos jirones del otro, el que no se si olvido o que nunca sucedió, lo que viene a ser casi lo mismo, porque  ¿qué cosa es lo que no se recuerda? ¿puede afirmarse que sucedió?  Además: ¿importa algo si sucedió o no sucedió?

Ahora viene esa, la mandona, con la sopa de la noche.  Siempre sopa por las noches.  Me gustaría un buen trozo de asado con achuras, jugoso y humeante, pero me parece que eso se terminó para siempre, porque además de no aparecer por ningún lado, si de pronto se materializara milagrosamente en mi plato, ¿con qué dientes lo comería? ¿cómo masticar con las ausencias? Y tendrían que trozarlo, porque no creo que mis pocas fuerzas pudieran empuñar firmemente el cuchillo necesario.  Y bueno, en eso consiste la filosofía de esta edad, no por esperada, menos sorprendente: no se puede porque no hay ni se sabe cómo.




                                                            III                            




A la mañana me lavan. Es un procedimiento incruento pero sumamente molesto y degradante. Mis cosas son mis cosas y no me gusta nada que una perfecta desconocida meta mano en mis partes y me sacuda de un lado al otro, y me de vuelta y también me manosee la espalda. Además me doy cuenta de que es una limpieza parcial, como si fuera sacarle lustre a un estante sin quitarle el polvo, una estafa oculta. Después me cambian de ropa y me instalan en una silla en un lugar parecido a un comedor, donde ya están los otros sentados a la mesa y desayunando que es lo que después de sentarme, hacen conmigo.  La empleada me desayuna a toda velocidad, obligándome a tragar lo que a mí siempre me gustó paladear lentamente, mojando el pan en mi mate cocido con leche. Eso lo recuerdo bien. El gusto que tenía no se parece en nada al que tiene esto de ahora.
Después me instala en un sillón con apoya brazos y pasa una correa por mi cintura  para evitar que me pare y me caiga, según dice la muchacha todas las veces. Como me ha puesto un pañal no se preocupa si tengo ganas de algo y trato de comunicárselo como puedo, aunque últimamente me doy cuenta que las palabras salen medio atravesadas de mi boca.  Por más esfuerzos que hago, no puedo pronunciar bien y en voz alta.
Nadie parece escucharme.




IV



Hay un espacio gigante adherido a mi sillón, que es como si no terminara nunca. Empieza ahí, después del desayuno y se prolonga indefinidamente. No hay perspectiva ni ritmos.  Estoy ahí y veo pasar a los otros, unos que van para el lado del baño, otros se quedan en la mesa jugando con cartulinas de colores, y las muchachas –creo que hay más de una – que pasan de un lado a otro, como apariciones fugaces que salen de no se dónde y se pierden en donde no se ve.
Y todo es así por siempre.

Hoy mi muchacha se olvidó de atarme. Así que esperé un buen rato y cuando los vi a todos ocupados en sus cosas, me levanté cuidadosamente.  Yo sabía que mi hermano me estaba esperando, porque teníamos que terminar el trabajo que nos habían encargado.  Así que tenía que encontrar el caballo y engancharlo al sulki, pero no lo veía por ningún lado.  Pensé que al fondo del corredor podía estar mi pingo y fui para ese lado.
No se qué me pasó, pero algo retuvo mi pie y me caí al suelo: pegué con la cara contra el piso y enseguida hubo un griterío infernal.
Cuando me di cuenta, ya la empleada estaba al lado mío:
-Mire el corte que se ha hecho, abuelo. –yo la odiaba cordialmente cada vez que me decía abuelo, esta se creía que yo no conocía bien a mis nietas.
Me ayudaron a incorporarme y me sentaron otra vez en el sillón.  Ahora sí me ataron y después la muchacha me hizo arder la frente con alcohol.
-Está todo roto abuelo –decía mientras me pasaba un algodón por la cara.  Después me desató y me llevo a la pieza y me hizo acostar, atándome a la cama con las correas.
Yo no quería, pero la chica dijo:
-Tiene que descansar; con el porrazo que se dio es de lo mejor –Y apretó la cinchas con toda energía – No se preocupe, abuelo, a la hora del almuerzo lo vengo a buscar.
Me quedé pensando, pensando.  Y en un momento estaba caminando por el monte, en Barrancas, sin ninguna dificultad en las piernas y cantando una baguala sin inconvenientes en la voz. La voz estaba flamante. Pensaba en todo lo que había sucedido y era evidente que la ciudad es la que me enfermaba y me quitaba las fuerzas. Aquí en el campo estaba lo más bien y me puse a juntar leñas para el fogón del almuerzo.




V



Ahí estaba otra vez.
-Hola papá- me besa y el pelo largo me hace cosquillas en la cara – ¿Cómo estás papá? ¿Qué te pasó?
-Se cayó,  señora. Se soltó de la silla y se cayó.
Ya estaba la alcahueta mintiendo.
-Está muy rebelde estos días –siguió mintiendo.
-Ay, papá. Te podías haber lastimado peor.
¿Quién era esta? ¿También venía a retarme?
Me acariciaba las manos y me fui calmando. Un tipo con barba estaba al lado de ella.
-¿A ver, papá, quién soy?
Otra vez lo mismo, pero no me va a joder, yo a ésta la conozco.
-eh...
-Vamos papá, ¿quién soy?
-eh...Velia.
-Viste que te acordaste.  ¿Y él? –señala al barbudo que me sonríe. - ¿Cómo se llama?
-eh...
De este no tengo ni idea. Me trae a cada uno mi hija. Y quiere que los conozca a todos.
Me quedo callado y me distraigo pensando en todas las cosas que tengo pendiente. Y yo perdiendo el tiempo aquí.
-Tengo que ir a casa.  Este lugar es muy raro.
-Sí papá. Tenés que estar unos días hasta que te mejores. Después vamos a casa.
-No quiero quedarme aquí.
.Pero ves que si dejan solo te podés lastimar.
-Es porque no estoy en mi casa. Este lugar es desconocido para mí. Cómo no me van a pasar cosas. Yo tengo que volver a mí casa.
-Ya, ya.
-Este lugar es muy raro.
La mujer no dice nada pero tiene los ojos brillantes. ¿Quién era? Apareció de golpe, salió de la nada. Ah, ya sé, es la negra, Mabel se llama.
-Ay papá, claro que es raro. ¿Sabés dónde estás?
Cómo no saber, si tengo todo el día para pensar y sentir. Salvo los pocos momentos que consigo volver al campo, todo lo demás es asqueroso.
-¿Dónde estás papá?
Ella se inclina y su pelo renegrido me hace cosquillas en la cara. ¿Por qué quiere saber? ¿para qué le sirve saber, si no han querido sacarme de acá? Ella tal vez sí, pero los otros, los otros, no saben lo que es esto, no quieren saber nada. No se puede hacer caso de lo que se sabe y mantener la traición. Prefiero pensar que no saben, así la traición no parece tan grande. Pero esta pobre que lagrimea aquí ahora, no sé lo que sabe. No sé lo que pretende, ni lo que busca.
-En el infierno –le digo con la poca voz que me queda.







viernes, 9 de agosto de 2013

POEMAS SUELTOS





alta noche fue la estirpe del dragón
no vencido ni existente
estuviste preparado en el combate
las armas oxidadas sin quebranto
la garganta seca en todo grito
y el silencio
de la muerte en la victoria





                                                                   *



                 CICATRICES


guardo en mi cuerpo las marcas que surcaste
en las tardes oscuras de los encuentros
huellas de los caminos arduos que inventamos
juntos
doble ánimo ligado sobre el sarcasmo ajeno
pesadilla tenue de escaleras y luces rojas
deudas impagas vasos de vino no escanciado
en la piel leve escozor
caricias
erosión del viento en los desiertos del hastío
arena movediza
sequedad de los músculos
ardiente soledad
arrinconada por tus brazos amigos


alguna cicatriz quedará en el tiempo
para la memoria inútil
para el desvelo
para comprender finalmente
que te fuiste



                           *



ceniza en el viento
llegaste una mañana cualquiera
guardabas en tu inocencia
mansedumbre antigua para la vida
tus ojos vinieron más tarde
con una sonrisa a cuestas
y tus pestañas nubladas
encerraron mi condena
en su noche de sueños












                HIGUERA
                                      



   Contrario a lo que lamentaba Rilke en su Elegía, la vida, no la elección ni el deseo, hicieron de mí el destino de la higuera, que da frutos sin florecer. Como el árbol nudoso, retorcido y rastrero, heme aquí sazonando mis días como esos frutos que cada año se hacen más pequeños y más sabrosos. Claro, nadie recuerda el árbol, nadie lo poda, tal vez una tormenta acaba con alguna rama más débil. Su progreso es lento, casi no se eleva, el ciclo de su vida es una parábola, ya en su rama descendente
     
     Pero en el apogeo de cada verano sus higos son cada vez más dulces y los pájaros, avisados,revolotean animadamente entre sus ramas.  ¿Llegará a saber la higuera su lugar en la economía de la naturaleza? ¿Podrá comprenderlo y al comprenderlo amar su trabajo? ¿Mejorará eso sus frutos?

     AMANECER



Acababa de amanecer y el cielo estaba limpio salvo una hilacha nubosa que lo cruzaba en diagonal y se perdía detrás del cerro del chivo.  Debido a la posición del sol su color era rojo anaranjado y seguía una geodésica perfecta.

A cada momento el cielo se aclaraba más y más; también la nube que se ensanchaba sin disgregarse y tendía a un blanco resplandeciente.

¿A qué se debía su presencia en esa mañana casi única?

¿Sería el rastro de un misil intercontinental que viajaba sin pausa hacia su blanco del otro lado del mundo?


¿Anunciaba algo? ¿O era el comienzo del fin?