SENECTUTE
I
Este lugar es todo distinto. Todo distinto. Realmente no reconozco nada.
Y no se ve el monte. Está todo cerrado, cerrado, no se ve la luz
del día. Todo distinto. Hay algunos
hombres y mujeres, todos viejos, achacados.
Andan de aquí para allá, sin hacer otra cosa que murmurar en voz baja
vaya a saber qué. Algunos cierran los ojos y parecen ausentes, otros parecen
ausentes con los ojos abiertos, y están los que abiertos o cerrados, se meten
en todo como si te conocieran de siempre.
Yo no hablo con nadie. ¿De qué hablaría? ¿Conocen algo de mí, acaso? ¿De quién soy y
de lo que me pasa? Además, aunque fueran
normales y entendieran las palabras, ¿comprenderían mis sentimientos? ¿Podrían entender la traición?
¿Acaso se puede entender la traición?
Por eso no hablo con nadie. Mi refugio es el
silencio, mi consuelo es el silencio.
II
Pienso. Todo el tiempo pienso. Recuerdo, recuerdo muchas cosas y otras se me
olvidan, me doy cuenta del hueco que dejan las cosas que no logro recordar.
A veces una cara vagamente conocida me ronda,
aparece de repente desde un costado y se posiciona frente a mi. Me sonríe con una sonrisa bobalicona. A veces
habla y otras veces no. A veces son dos
las caras, las dos sonríen.
Cuando hablan, casi siempre empiezan con:
- ¿Sabés quién soy?
Y lo repiten una y otra vez, sin dejarme tiempo
para pensar.
Cuando se desalientan y abandonan la presión,
el reconocimiento viene en puntas de pie y digo en voz baja, porque no me gusta
alardear:
-
Josefina.
O, si
cuadra:
- Velia.
O:
- Oscar.
A veces tengo ocasión de decir:
- Mabel.
Y menos:
- Lucho. – o – Rodolfo – o - Mercedes.
Ni qué decir de los otros nombres, esos que sí
son más difíciles, los ... cómo es... los nietos, los nietos que son más de
treinta, más la media docena de sus hijos, mis... bisnietos. Pero eso lo pienso
rara vez, porque es muy complicado y nadie me puede ayudar.
Y entonces, cuando digo el nombre que
esperan oír, sonríen de una manera más extraña aún, como si detrás de la
máscara de alegría de la sonrisa, un frunce contrajera de preocupación el resto
de la cara no comprometido con la sonrisa.
Y yo pienso que si con la sola mención de
sus nombres correctos se duelen tanto, que pasaría si les comentara todo lo
demás que pasa por mi cabeza, aún lo mínimo. Y entonces, para que no salgan
corriendo, trato de evitar toda palabra, trato de disimular lo que
verdaderamente pienso. Pero aún así, a
medias palabras y gestos indescifrables, ellos van dejándome información de la
que voy sacando lentamente una idea general de lo que pasó y sigue pasando, a
propósito de este lugar tan inhóspito, tan vacío de todo.
Es una tarea muy cansada, una tarea
ingrata, que para colmo tiene la dificultad agregada del tiempo que media entre
una visita y otra, tiempo lleno de vacío, un tiempo interminable que es como
una goma de borrar, que va deteriorando lo que he sacado en limpio de la visita
anterior, de tal manera que en la siguiente gasto la mitad del tiempo en tratar
de recordar hasta dónde había llegado y a partir de allí, agregar algo nuevo.
Pero también he desarrollado un método que parece ayudar: a cada migaja nueva
que logro incorporar inmediatamente a una visita, a cada una de ellas procuro
adosarle un recuerdo de antes, un recuerdo de afuera, de manera que se
forma una trama con lo conocido de siempre
que impide el olvido, por lo menos lo dificulta y lo hace durar un poco
más. Total aquí no tengo nada que hacer,
la comida está todas las veces, con una precisión más exacta que el hambre,
cuando uno está cansado se acuesta y duerme, nadie te pide nada, casi nadie te
dirige la palabra y entonces tengo todo lo que quiero para pensar y recordar y
asociar. Yo me digo cada vez que cuadra
que soy un experto en mi propia vida: tengo siete piolines para tirar, cuatro
activos y tres pasivos, piolines que jalados convenientemente y con el cuidado
debido van trayendo todo el pasado al escenario, por lo menos ese pasado que
recuerdo y algunos jirones del otro, el que no se si olvido o que nunca
sucedió, lo que viene a ser casi lo mismo, porque ¿qué cosa es lo que no se recuerda? ¿puede
afirmarse que sucedió? Además: ¿importa
algo si sucedió o no sucedió?
Ahora viene esa, la mandona, con la sopa
de la noche. Siempre sopa por las
noches. Me gustaría un buen trozo de
asado con achuras, jugoso y humeante, pero me parece que eso se terminó para
siempre, porque además de no aparecer por ningún lado, si de pronto se
materializara milagrosamente en mi plato, ¿con qué dientes lo comería? ¿cómo
masticar con las ausencias? Y tendrían que trozarlo, porque no creo que mis
pocas fuerzas pudieran empuñar firmemente el cuchillo necesario. Y bueno, en eso consiste la filosofía de esta
edad, no por esperada, menos sorprendente: no se puede porque no hay ni se
sabe cómo.
III
A la mañana me lavan.
Es un procedimiento incruento pero sumamente molesto y degradante. Mis cosas
son mis cosas y no me gusta nada que una perfecta desconocida meta mano en mis
partes y me sacuda de un lado al otro, y me de vuelta y también me manosee la
espalda. Además me doy cuenta de que es una limpieza parcial, como si fuera
sacarle lustre a un estante sin quitarle el polvo, una estafa oculta. Después
me cambian de ropa y me instalan en una silla en un lugar parecido a un
comedor, donde ya están los otros sentados a la mesa y desayunando que es lo
que después de sentarme, hacen conmigo.
La empleada me desayuna a toda velocidad, obligándome a tragar lo que a
mí siempre me gustó paladear lentamente, mojando el pan en mi mate cocido con
leche. Eso lo recuerdo bien. El gusto que tenía no se parece en nada al que
tiene esto de ahora.
Después me instala en
un sillón con apoya brazos y pasa una correa por mi cintura para evitar que me pare y me caiga, según
dice la muchacha todas las veces. Como me ha puesto un pañal no se preocupa si
tengo ganas de algo y trato de comunicárselo como puedo, aunque últimamente me
doy cuenta que las palabras salen medio atravesadas de mi boca. Por más esfuerzos que hago, no puedo
pronunciar bien y en voz alta.
Nadie parece
escucharme.
IV
Hay un espacio gigante
adherido a mi sillón, que es como si no terminara nunca. Empieza ahí, después
del desayuno y se prolonga indefinidamente. No hay perspectiva ni ritmos. Estoy ahí y veo pasar a los otros, unos que
van para el lado del baño, otros se quedan en la mesa jugando con cartulinas de
colores, y las muchachas –creo que hay más de una – que pasan de un lado a
otro, como apariciones fugaces que salen de no se dónde y se pierden en donde
no se ve.
Y todo es así por
siempre.
Hoy mi muchacha se
olvidó de atarme. Así que esperé un buen rato y cuando los vi a todos ocupados
en sus cosas, me levanté cuidadosamente.
Yo sabía que mi hermano me estaba esperando, porque teníamos que
terminar el trabajo que nos habían encargado.
Así que tenía que encontrar el caballo y engancharlo al sulki, pero no
lo veía por ningún lado. Pensé que al
fondo del corredor podía estar mi pingo y fui para ese lado.
No se qué me pasó, pero
algo retuvo mi pie y me caí al suelo: pegué con la cara contra el piso y
enseguida hubo un griterío infernal.
Cuando me di cuenta, ya
la empleada estaba al lado mío:
-Mire el corte que se
ha hecho, abuelo. –yo la odiaba cordialmente cada vez que me decía abuelo, esta
se creía que yo no conocía bien a mis nietas.
Me ayudaron a
incorporarme y me sentaron otra vez en el sillón. Ahora sí me ataron y después la muchacha me
hizo arder la frente con alcohol.
-Está todo roto abuelo
–decía mientras me pasaba un algodón por la cara. Después me desató y me llevo a la pieza y me
hizo acostar, atándome a la cama con las correas.
Yo no quería, pero la
chica dijo:
-Tiene que descansar;
con el porrazo que se dio es de lo mejor –Y apretó la cinchas con toda energía
– No se preocupe, abuelo, a la hora del almuerzo lo vengo a buscar.
Me quedé pensando,
pensando. Y en un momento estaba
caminando por el monte, en Barrancas, sin ninguna dificultad en las piernas y
cantando una baguala sin inconvenientes en la voz. La voz estaba flamante.
Pensaba en todo lo que había sucedido y era evidente que la ciudad es la que me
enfermaba y me quitaba las fuerzas. Aquí en el campo estaba lo más bien y me
puse a juntar leñas para el fogón del almuerzo.
V
Ahí estaba otra vez.
-Hola papá- me besa y
el pelo largo me hace cosquillas en la cara – ¿Cómo estás papá? ¿Qué te pasó?
-Se cayó, señora. Se soltó de la silla y se cayó.
Ya estaba la alcahueta
mintiendo.
-Está muy rebelde estos
días –siguió mintiendo.
-Ay, papá. Te podías
haber lastimado peor.
¿Quién era esta?
¿También venía a retarme?
Me acariciaba las manos
y me fui calmando. Un tipo con barba estaba al lado de ella.
-¿A ver, papá, quién
soy?
Otra vez lo mismo, pero
no me va a joder, yo a ésta la conozco.
-eh...
-Vamos papá, ¿quién
soy?
-eh...Velia.
-Viste que te
acordaste. ¿Y él? –señala al barbudo que
me sonríe. - ¿Cómo se llama?
-eh...
De este no tengo ni
idea. Me trae a cada uno mi hija. Y quiere que los conozca a todos.
Me quedo callado y me
distraigo pensando en todas las cosas que tengo pendiente. Y yo perdiendo el
tiempo aquí.
-Tengo que ir a
casa. Este lugar es muy raro.
-Sí papá. Tenés que
estar unos días hasta que te mejores. Después vamos a casa.
-No quiero quedarme
aquí.
.Pero ves que si dejan
solo te podés lastimar.
-Es porque no estoy en
mi casa. Este lugar es desconocido para mí. Cómo no me van a pasar cosas. Yo
tengo que volver a mí casa.
-Ya, ya.
-Este lugar es muy
raro.
La mujer no dice nada
pero tiene los ojos brillantes. ¿Quién era? Apareció de golpe, salió de la
nada. Ah, ya sé, es la negra, Mabel se llama.
-Ay papá, claro que es
raro. ¿Sabés dónde estás?
Cómo no saber, si tengo
todo el día para pensar y sentir. Salvo los pocos momentos que consigo volver
al campo, todo lo demás es asqueroso.
-¿Dónde estás papá?
Ella se inclina y su
pelo renegrido me hace cosquillas en la cara. ¿Por qué quiere saber? ¿para qué
le sirve saber, si no han querido sacarme de acá? Ella tal vez sí, pero los
otros, los otros, no saben lo que es esto, no quieren saber nada. No se puede
hacer caso de lo que se sabe y mantener la traición. Prefiero pensar que no
saben, así la traición no parece tan grande. Pero esta pobre que lagrimea aquí
ahora, no sé lo que sabe. No sé lo que pretende, ni lo que busca.
-En el infierno –le
digo con la poca voz que me queda.