martes, 24 de diciembre de 2013

SOBRE  EL  CIELO  Y   EL  INFIERNO

                                                 




                                     

INFIERNO









     Conozco el infierno que repliega la mente sobre sí misma, en torbellinos de silencio, envolviéndose en el caracol del solipsismo, desvertebrándose en pliegues gelatinosos del color del caramelo, que va oscureciéndose con lentitud pero inexorablemente, cada vez más internado en el laberinto individual y artero, sin salida, alas de mosca y telarañas persistentes, obstinadas en enredarse sobre el indefenso y el callado.          Conozco ese infierno intransferible, vergonzante. Conozco aquello que lo aleja de todo, lo que tiene del propio nombre, lo que se ceba de la identidad.
     Este infierno está aquí, aquí, y verdaderamente no tiene remedio.












 






                              LAS  PUERTAS   DEL  INFIERNO


  


   Es un corredor de tres o cuatro metros de ancho que termina en un cancel de paneles de roble y vidrio, con dos puertas en el centro y dos paneles fijos a los costados, la mitad inferior de sólida madera y la mitad superior de vidrio traslúcido. Los vidrios ondulados y la parte horizontal de la molduras necesitan una buena sacudida del polvo que acumulan desde hace mucho tiempo. Encima de la puerta, formando parte del marco, una coronación triangular como un frontispicio, también de roble, y arriba, en el espacio entre el frontispicio y el cieloraso abovedado, las palomas paseándose por el estrecho borde de madera, haciendo sus nidos, ensuciando, persiguiéndose unas a otras, haciendo el amor, empollando sus huevos. Una especie de catarata de mugre se derrama sobre las molduras, los vidrios y el panel inferior, y salpica en tornasoles grisáceos los mosaicos del umbral, justo donde la gente que realiza sus trámites debe formarse en fila a la espera de ser atendida.  Las cagadas de palomas impiden toda solemnidad en un lugar que cada uno adivina como el más solemne en el que puede estar, donde la mayor parte de las personas ha dejado de lado su humano egoísmo para concentrarse en una  nostalgia caritativa ya sin objeto, pero que refuerza el ánimo ante el espectáculo que nadie desea, en el fondo, contemplar.  Allí se aguarda a ser atendido y todos son, finalmente, y contra toda esperanza, atendidos. Algunos sortean el peligro de las palomas, otros ni se enteran de él, pero todos están sujetos a su contingencia  aunque ésta no sea,  para nada,  determinante del lugar ni de su función  primera.









                                      LAS PUERTAS DEL CIELO





     El mármol es su característica predominante, gris, maniáticamente pulido hasta el deslumbramiento, el vano es enorme, terminado en un arco de medio punto y las puertas de roble llegan hasta su diámetro inferior, como si una raza de gigantes fuera a trasponerlas. Pero mirando con más atención, se ve que esas puertas no han sido hechas para ser abiertas, en realidad, simulan ser puertas pero son el alojamiento de un sistema de otras giratorias de bronce y cristal, bronce pulido como oro y pesados cristales blindados de reminiscencias verdosas, que terminan en un burlete vertical que sella cada una de las hojas en el momento de su giro dentro del cilindro, con un resoplido de eficiencia desapasionada.  Son hojas pesadas que es dificultoso empujar, ya que se resbala sobre el piso de mármol pulido.  Los que pretenden entrar se aferran a las manijas diagonales que cruzan cada cristal y aplican toda su fuerza como si fuera lo más importante de sus vidas, y es en ese instante en que las suelas de sus zapatos pierden adherencia con el suelo;  se encuentran oscilando entre dos puntos de apoyo móviles: las manos en la barra de la hoja que ha empezado a girar moviéndose hacia adelante, los pies en los zapatos que resbalan hacia atrás. Y el cuerpo, estirándose en una diagonal imposible de sostener por más tiempo.  Es difícil transponer esta puerta pero casi todos los que lo intentan lo consiguen.                                                                                                    
    Lo curioso es lo que está más allá de las puertas.                                       
    Un gran salón de techo altísimo, revestido de mármol crema hasta donde alcanza la vista, un salón cuyas dimensiones son en todos los detalles sumamente generosas, pero donde predomina una especie de mostrador perimetral, que deja frente a sí un ancho corredor que circunda todo el magno ambiente.  A este corredor se accede después de pasar las puertas y quienes lo hacen se encuentran que el mostrador presenta una serie de ventanillas , de cristal y bronce, numeradas en su parte superior, cegadas por barrotes que solo permiten el paso de objetos muy delgados.   Detrás de cada ventanilla una sombra humana se mueve levemente, sin poderse adivinar gestos o comentarios ni mucho menos opiniones.  Los que han transpuesto las puertas giratorias se encolumnan espontáneamente delante de cada ventanilla, en azarosa o por lo menos inexplicable elección.  Nadie habla y todos parecen recargar sus hombros un poco más a cada minuto. Desde el fondo da la impresión que el que llega ante la ventanilla intercambia algo con el que está del otro lado, pero no es muy seguro.  Lo que parece haber de común entre todos los que aguardan, como una especie de contraseña o ritual de pertenencia, es que al cabo de algunos minutos de estar encolumnados, cada uno extrae de sus bolsillos algún papel doblado y una cantidad variable de billetes de moneda que observa  sin expresión mientras lo junta con el papel doblado que conserva en la otra mano.
   La espera es interminable. El final se anuncia con el ruido de un sello del lado de adentro de los barrotes.






viernes, 13 de diciembre de 2013

 LA  MAÑANA  PERFECTA  DEL  PÁJARO  DE  ALAS  NEGRAS

  








             
                  
                                         LA MAÑANA PERFECTA

                                   DEL PAJARO DE ALAS NEGRAS



    
   
    Un inmenso pájaro de alas negras, cruzando de un patio al otro, un par de alas grandes como toldos, extendidas al máximo, oscureciendo aún más la noche cálida de febrero, eso es lo que espero ver, con el corazón estremecido por la curiosidad y el miedo, aunque no tenga relación con lo que me habían prometido, todo más sencillo, inocente de tan sencillo, increíble de tan inocente y tan sencillo, debido al inminente nacimiento de mi hermanito y a que tío Víctor me hubiera trasladado a su pieza en el entrepiso del otro patio, para ver la llegada de la cigüeña, con su obviedad plumosa y su carga de misterio, cruzar el pedazo de cielo entre los dos patios, uno frente al otro, volando de sur a norte, desde el lado de la pieza de Víctor hasta la persiana de la pieza de mamá, una visión perfecta, un cielo estrellado y lejano y un momento en la noche en que me debo haber dormido, no vi llegar ni pájaro blanco ni pájaro negro y solo escuché, al final de la larga noche y ahora frío amanecer, el llamado de Víctor y el llanto de un bebé que milagrosamente cruzaba los dos patios con la intensidad y el tono de un maullido de gato y se metía en las orejas sin pedir permiso.  Algo nuevo había en el mundo y yo me había quedado con las ganas del inmenso pájaro de alas negras.
    -Vamos, apurate. Tenés un nuevo hermanito -dijo Víctor.
    No me había desvestido para dormir y así nomás fuimos, bajamos la escalera y por el corredor llegamos al patio de mamá, mientras Víctor me decía  cómo no había visto el planeo del gran pájaro de finas patas, el suave y silencioso planeo y el aterrizaje muelle como algodón.  Se había posado un  segundo apenas y vuelto a partir, pero no me aclaró si el color de sus plumas correspondía a su sueño  o al mío.  En nuestro patio, lleno de macetas con plantas tropicales que eran orgullo de mamá, estaban papá y tío José-  que era hermano de mamá- con cara de cansados. Los dos sonrieron al vernos  llegar.
    -Tenés un hermanito -dijo José y me palmeó la cabeza. El gesto cariñoso  disimuló lo reiterativo del asunto, pero papá no dijo nada, con lo que la cosa se equilibraba un tanto, solamente apoyó una mano sobre mi hombro y me apretó contra la pierna. Ahora el bebé no lloraba y ellos dijeron que estaba durmiendo. Dijeron que se llamaba Anselmo Ismael Darío Eduardo José y que parecía muy fuerte, algo indispensable si debía afrontar tales nombres. Quise ver a mamá pero dijeron que ella también estaba descansando. Descansando de qué. De la espera, de los nervios, de la incertidumbre, de la sorpresa. Y de los nombres, pensé yo sin abrir la boca. Doña Rosa, la de la vuelta, andaba de aquí para allá limpiando cosas y una prima de mamá, medio tonta la pobre, no de ahora, la ayudaba, y ninguna de las dos parecía haber dormido en los últimos días, como papá y tío José. Al fin, el único que debía haber velado para sorprender al pájaro de alas negras, era el único que se había dormido.

     El desayuno lo prepararon los hombres y lo tomamos de pie, como correspondía a las circunstancias, en el medio del patio, ya que todo lo demás estaba ocupado por mejunjes, palanganas, botellas y trapos sucios vueltos del revés. Usamos una silla como mesa y se notaba que de estos menesteres ellos no entendían mucho, ni reparaban en las costumbres habituales, esas que mamá respetaba como liturgia. Eso explica que me sirvieran un vaso de leche caliente con la superficie llena de nata pegajosa y densa. Venciendo el asco que me producía de solo mirarla, les tuve que decir que yo no tomaba más leche sola y mucho menos con nata. Ellos se reían como si cada palabra que dijera fuera un gran chiste y después de eso me sirvieron una tazona de té muy azucarado. Supuse que las risas se debían a la alegría natural del acontecimiento y me tomé el desayuno sin decir nada más. En un momento me pareció que el aire se oscurecía y volví a ilusionarme con mi gran pájaro de inmensas alas negras, pero no fue más que una nube pasajera que en nada enturbió esa mañana perfecta. Y allí estábamos los cuatro parados tomando té muy cargado y puro y eso me hizo sentir que éramos indestructibles y que casi no necesitábamos a nadie más.

DOS POEMAS DE  GUNNAR EKELOF  ( poeta sueco  1907 - 1968)


 ¡Buen viaje, suerte en la vida
y más allá de la vida, joven pura!
Te he liberado de mí
al no besar tu puro rostro
al no rozar tu boca con mis oscuros labios!
También existen apóstatas así
y no son apóstatas del amor.
Yo no te he clavado mi puñal
ni te he hablado de las Tres Rosas
que el mundo aún podía haberte dado
¡Algún día nos encontraremos lejos de aquí
y siempre te reconoceré
porque tú fuiste yo!
Y tú me preguntarás:
¿Desde qué lejana distancia me viste
cuando nos encontramos aquella vez en la vida?



                    * * *


Sufrir es difícil
Sufrir sin amar es difícil
Amar sin sufrir no es posible
Amar es difícil

Versiones de F.J.Uriz