jueves, 29 de octubre de 2015
escuchaba el violín
yo escuchaba el violín
cuando te espiaba
de vereda a vereda
un violín
desgarrado
y su sola frase
era
ella
nunca
será
tuya
ellos lo hicieron
ellos lo hicieron
sin vacilar
convirtieron escuelas
en salas de tortura
y de muerte
convirtieron aviones
en furgones fúnebres
y airearon los muertos
en caída libre
todavía hay sueltos
jueves, 16 de abril de 2015
EL SEÑOR K NO TENIA RAZON
asfixiarse
es terrible por
encima de
cualquier parecer
No es posible pensar que ese inefable señor K tuviera razón; no la tenía. Eso no impide que podamos también pensar que
tenía razón, pero no es posible hacerlo por otra razón: porque no la
tenía. Estaba literalmente equivocado,
errado. Era pasible de escribirle la condena con la máquina de las agujas en la
espalda y el texto a grabar era: “no tiene razón”. Aparte de esto, dejando de lado por un
momento, lo irrevocable de la condena, en el resto, tal vez tuviera razón. Eso también incluye o pudiera incluir su
deseo, o tal vez debiera incluir su deseo, la orden transmitida al traidor Max
Brod, de destruir todos sus escritos. Me
imagino, con un estremecimiento de placer, la maravilla de que así hubiera sucedido,
que su última voluntad hubiera sido respetada.
Que en un impulso de lealtad y ceguera o clarividencia esencial, Max
Brod hubiera quemado todos los manuscritos y que así no hubiéramos accedido a
La condena, La
Metamórfosis , La Colonia Penitenciaria ,
El Proceso, El Castillo, etc. Qué
riqueza, cuánta fertilidad futura, panorama, aire respirable, espacio abierto a
los cuatro vientos, ninguna premonición, directamente la historia sin
anticipos, ni NN, ni campo de concentración, ni burocracia, ni tortura, ni
vaivenes, vacilaciones, dudas irreconciliables.
Flores arrancadas sin crueldad de la tierra muerta, cantos elegíacos a
las calaveras perdidas en las brumas de Dinamarca, pequeños corazoncitos de
pana en lugar de la estrella amarilla de seis puntas. ¿Por qué no?
Todo de golpe, sin aviso, a la vuelta de todos los días nuestros. Y no es una muestra de puerilidad, no es
inocencia, no es inmunidad preventiva.
Solamente un poco de racionalidad siglo veinte, racionalidad militante,
y otro poco de irracionalidad adjudicada a quien no puede, ya, defenderse. Ni tampoco lo necesita, si todo, hasta la
última letra, fue anticipado en algún lugar de esa enorme, fatigosa,
interminable caterva de palabras enfiladas, disciplinadas, caóticas. De las
cuales no podemos hacerlo responsable aunque tampoco es inocente de ellas.
Nadie es inocente de sus palabras ni de sus silencios; lo hemos aprendido con
sufrimiento en nuestros silencios de los setenta, como él, K, lo habrá sido de
los suyos, menor medida seguramente y arrastrado a ello sin duda por su
enfermedad, que le quitó el suelo debajo de los pies un poco prematuramente
respecto de todo lo que podría, todavía, haber hecho o dicho o callado. Y
ahora, en esas desaparecidas palabras que no llegó a pronunciar, hubiéramos
visto, quizás, estas otras calamidades que afrontamos, estas cobardías que nos
inmovilizan, estos aires moribundos de un planeta gastado y colérico.
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