VISIONES
Borges habla en el poema Límites de las
ocasiones, de su ubicación en el devenir de la vida, cuando uno casi nunca
puede saber cuál es la última vez que ve algo, o es visto por un espejo, por
ejemplo, o hace algo o deja de hacerlo. Y nombra el caso aterrador de una mesa
llena de libros donde “alguno habrá que no leeremos nunca”.
Pavese, en su diario, menciona en cambio
otro momento tan liminar como el de Borges y es aquel de la primera vez en que
uno vio algo y si lo que bastaba en aquella primera vez -el estupor, el éxtasis
fantástico- ahora es suficiente, o si se exige otro significado y se pregunta
cuál puede ser.
Y entre uno y otro poeta sabemos que cada
cosa es siempre la primera y heracliteanamente también la última, porque ni
ella ni nosotros vamos a poder ser los mismos la próxima vez, si así puede ser
dicho, y si hubiera próxima vez. Es
decir que no se ve la primera vez, ni
las subsiguientes ni la última, porque ¿qué es lo que estamos viendo? Ver es
comparar y si siempre es la primera vez, asombro contra asombro ¿con qué
estamos comparando? Solamente abrimos los ojos tanto como lo permite nuestra
sorpresa y creemos ver. Y eso que vemos no vuelve a presentarse jamás por lo que
puede decirse que es la última vez que lo vimos y con ese recuerdo presente de
la última vez, quién se atreve a comparar, si ya lo estamos olvidando, si los rasgos de la cosa se están desdibujando,
se disuelven en el aire melancólico de la tarde.
Todo lo mejor que se puede hacer es encaminarse hacia el barcito ése del
boulevard, el que tiene las mesitas afuera, sentarse allí en el fresco de la
sombra de los árboles y pedirle al mozo pelirrojo, que cojea de la pierna
izquierda, un aperitivo y unos platitos bien surtidos y tratar de gozar del
atardecer que se avecina.
EL EGOÍSTA
Si fuera
necesario ahondar en detalles, podrías decir por qué guardás esos juguetes
antiguos que no compartís con nadie, ni aun con el espejo.
Y si el
espejo fuera leal, cuántas historias contaría a propósito de todo eso.
Y si fuera necesario, los huesitos frágiles de tu hermanito, también su
orfandad insolidaria, la tristeza de esas tardes sin ninguna nota de color, ni
una voz de llamada o de complicidad. Y después el olvido como una capa de tierra mojada por la lluvia y
requebrajada por el sol, sin tiempo.
La
soledad es una compañera inevitable.
INFIERNO
Conozco el infierno que repliega la mente sobre sí
misma, en torbellinos de silencio, envolviéndose en el caracol del solipsismo,
desvertebrándose en pliegues gelatinosos
del color del caramelo, que va oscureciéndose con lentitud pero
inexorablemente, cada vez más internado en el laberinto individual y artero,
sin salida, alas de mosca y telarañas persistentes, obstinadas en enredarse
sobre el indefenso y el callado. Conozco ese infierno intransferible,
vergonzante. Conozco aquello que lo aleja de todo, lo que tiene del propio
nombre, lo que se ceba de la identidad.
Ese infierno está aquí, aquí, y verdaderamente no
tiene remedio.
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