sábado, 8 de noviembre de 2014

 LA  CANCIONCITA  SIN  IMPORTANCIA








     El mundo es una atroz fantasmagoría que los  egoístas dotados de poder han resuelto conformar como realidad real En ella se mueven con soltura gracias a quienes, como yo, se revuelven en la indefensión.  En rigor de verdad yo me sitúo en una realidad virtual solamente estipulada por mí, inoperante, carente de atributos ennoblecedores, o dadores de prestigio o aunque más no fuera de cierto predicamento. Eso sí, esta realidad virtual se encuentra hoy densamente poblada y los incidentes por contigüidad son permanentes, empujan el ánimo a la misantropía o a la misoginia, no sé bien pero de todas maneras empujan, disturban, empañan la paz. Y el tiempo pasa.  La realidad virtual no es mi tiempo, existe, se desarrolla en el tiempo, virtualmente a horario.  Es fácil demostrar, asimismo, la existencia del espacio, en virtud de un acuerdo entre dos. Para el espacio se necesitan dos, al contrario del tiempo, que se demuestra con sólo verse. Para el espacio queda reservado el amor, salvo el amor propio, que es más tacaño. Sí, los grandes espacios son connaturales a los amores de semejante grado y en esas latitudes polvorientas se desarrollan sutiles caminos o cuerdas o lugares preferenciales del aire, que se comunican, se enlazan y...se “unen” iba a decir, pero no es eso, no es eso. No hay unión sino permanencia, digamos, para decirlo gráficamente, cada uno en su lugar, las antenas orientadas a ese otro lugar, hacia donde, por los caminos preferenciales, se instala un campo de influencia recíproca, más o menos  sintonizada, donde yo estoy en disposición con ese otro recíproco, esa otra vibratoria presencia, que se modifica simultánea y coadyuvantemente, actuando de manera inconsciente sobre su propio extremo del campo, creando una singularidad que es la condición sine qua non de que algo se modifique, de que algo se transmita, de que algo sea recibido, de que algo, finalmente, se sienta.   Es así entonces que se puede postular: el espacio es un sentimiento.  Algunos quizás quieran complicarlo y decir que es un sentimiento entre dos, pero esto es arbitrario y obvio, o cuanto menos limitante.  Y enunciado lo anterior podemos volvernos al otro problema, mejor definible como el fundamental o el principal.  Sí, principal, no estoy muy seguro si fundamental, tal vez se pueda aceptar con más propiedad fundante.  Y es el problema del tiempo.  Claro que antes, muy suelto de pluma, lo había menospreciado  diciendo que basta verse, verse envejecer tal vez, pero no deja de ser, en cierta forma, un chiste, un chiste encenagado en la preocupación fundamental que acarrea la consideración del tiempo.  Creo que, a priori, habría dos modos de considerar la cuestión:  a) qué soy yo para el tiempo;  b) qué es el tiempo para mí.  No tengo elementos para decidir el mejor camino y la consideración de los dos supone una gran dedicación, un lector paciente y valeroso y una gran indeterminación final.

¿Qué hacer?

Opto por la solución cartesiana, es decir, si el pensamiento es mío y yo  soy quien está indagando el mar oscuro que lame mis pies, es lógico o coherente que tienda a responder la segunda opción, tal es : ¿qué es el tiempo para mí?
  A veces llego a creer, por la liviandad que trato todo lo relacionado con él, que no existe, que el tiempo no existe, que es una mera fabulación de la mente, o una estratagema o mejor una estrategia para poder pensar. O una limitación de la mente, que no puede pensarlo todo simultáneamente: lo sucesivo de la mente sería el tiempo, y el pensamiento, entonces, es el suplicio de Tántalo que encanece el pelo. Pero si elimino los signos exteriores, que puedo ir delimitando, cercando y anulando, entonces elimino el tiempo. ¿O no?  Si el tiempo encanece el pelo, me rapo, o mejor, me arranco el pelo de raíz; no más pelo, no más tiempo. Si el tiempo seca las manos y no permite hojear los libros, renuncio a la lectura, al hojeo, y se acabó el tiempo.  Si el tiempo disminuye la potencia sexual, entonces digamos que se anula el sexo por celibato galopante. Y si es difícil o si es imposible, una buena y decidida castración anula el sexo y con él el tiempo.  Y si el tiempo afloja los músculos y los recubre de grasa, pues ejercicio y poca comida, y si no resulta, entonces nada de alimento, nada de tiempo. Pero claro, nada de comida se dice fácil pero también fácil se muere de eso y de todo lo anterior. En realidad habría que ir cesando la vida, paso por  paso, para cesar el tiempo, y creo que ahí está entonces la idea o la respuesta a la pregunta:  La vida, eso es el tiempo.
    La vida está hecha de tiempo, principalmente de tiempo. Lo demás es ilusorio. Y ahora me atrapa una reflexión por lo menos curiosa: tanto que tantos se afanan por cosas en la vida, por  objetos, por variedades relacionadas con el espacio, el espacio vital como alguna vez fue llamado y tantas vidas costó, tantos esfuerzos alrededor de lo que, justamente, no es la vida y tanto desdén por la esencia, por su centro, por su corazón latiendo acompasadamente, por su verdadera constitución.
     Pero esto tiene consideraciones laterales muy inquietantes, pues si la vida es el tiempo, la memoria, esa especie de acumulación capitalista de tiempo, la memoria de lo que ya no es inscripta en lo que todavía es, eso es la vida.  Es decir, unos pequeños, infinitesimales ordenamientos microcelulares, una cierta disposición espacial de datos, un registro más o menos integral y geométrico, eso es la vida, eso el  tiempo, como quien dice, un espacio calificado, un espacio ordenado secuencialmente, es el tiempo.   Antes habíamos llegado a comprender que el espacio es un sentimiento, de lo que lógicamente podemos ahora inferir que la memoria es un sentimiento ordenado secuencialmente, que no hay memoria sin sentimiento ni cronología, que no se puede sentir si no hay un fundamento anterior que inicie la secuencia y de ahí, que el sentimiento es un reconocimiento, una comunicación por los caminos preferenciales o cuerdas o campos, una comunicación con un otro que es uno mismo en otro lugar, que en realidad no es otro lugar, sino otro tiempo.  Y si es re-conocimiento de uno es repetición de lo conocido.  Ahora también se puede preguntar qué se repite y la respuesta la sabe cualquiera, hasta uno mismo, se repite lo mismo, al re-petir, hacemos una petición de principio, aquello otro es lo mismo, lo igual, lo semejante, yo, mi semejante. Con lo que dando la vuelta completa vemos que el tiempo no es más que una especie de espejo inmisericorde, que repite y repite y repite, a lo largo de los caminos y de las cuerdas y de los campos...la misma estúpida cancioncilla sin importancia que somos. Que soy.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario