El mundo
es una atroz fantasmagoría que los
egoístas dotados de poder han resuelto conformar como realidad real En
ella se mueven con soltura gracias a quienes, como yo, se revuelven en la
indefensión. En rigor de verdad yo me
sitúo en una realidad virtual solamente estipulada por mí, inoperante, carente
de atributos ennoblecedores, o dadores de prestigio o aunque más no fuera de
cierto predicamento. Eso sí, esta realidad virtual se encuentra hoy densamente
poblada y los incidentes por contigüidad son permanentes, empujan el ánimo a la
misantropía o a la misoginia, no sé bien pero de todas maneras empujan,
disturban, empañan la paz. Y el tiempo pasa.
La realidad virtual no es mi tiempo, existe, se desarrolla en el tiempo,
virtualmente a horario. Es fácil
demostrar, asimismo, la existencia del espacio, en virtud de un acuerdo entre
dos. Para el espacio se necesitan dos, al contrario del tiempo, que se
demuestra con sólo verse. Para el espacio queda reservado el amor, salvo el
amor propio, que es más tacaño. Sí, los grandes espacios son connaturales a los
amores de semejante grado y en esas latitudes polvorientas se desarrollan
sutiles caminos o cuerdas o lugares preferenciales del aire, que se comunican, se enlazan y...se “unen”
iba a decir, pero no es eso, no es eso. No hay unión sino permanencia, digamos,
para decirlo gráficamente, cada uno en su lugar, las antenas orientadas a ese otro lugar, hacia donde, por los caminos
preferenciales, se instala un campo de influencia recíproca, más o menos sintonizada, donde yo estoy en disposición
con ese otro recíproco, esa otra vibratoria presencia, que se modifica
simultánea y coadyuvantemente, actuando de manera inconsciente sobre su propio
extremo del campo, creando una singularidad que es la condición sine qua non de
que algo se modifique, de que algo se transmita, de que algo sea recibido, de
que algo, finalmente, se sienta. Es así
entonces que se puede postular: el espacio es un sentimiento. Algunos quizás quieran complicarlo y decir
que es un sentimiento entre dos, pero esto es arbitrario y obvio, o cuanto
menos limitante. Y enunciado lo anterior
podemos volvernos al otro problema, mejor definible como el fundamental o el
principal. Sí, principal, no estoy muy
seguro si fundamental, tal vez se pueda aceptar con más propiedad fundante. Y es el problema del tiempo. Claro que antes, muy suelto de pluma, lo
había menospreciado diciendo que basta
verse, verse envejecer tal vez, pero no deja de ser, en cierta forma, un
chiste, un chiste encenagado en la preocupación fundamental que acarrea la
consideración del tiempo. Creo que, a
priori, habría dos modos de considerar la cuestión: a) qué soy yo para el tiempo; b) qué es el tiempo para mí. No tengo elementos para decidir el mejor
camino y la consideración de los dos supone una gran dedicación, un lector
paciente y valeroso y una gran indeterminación final.
¿Qué hacer?
Opto por la solución cartesiana, es decir, si el
pensamiento es mío y yo soy quien está
indagando el mar oscuro que lame mis pies, es lógico o coherente que tienda a
responder la segunda opción, tal es : ¿qué es el tiempo para mí?
A veces
llego a creer, por la liviandad que trato todo lo relacionado con él, que no
existe, que el tiempo no existe, que es una mera fabulación de la mente, o una
estratagema o mejor una estrategia para poder pensar. O una limitación de la
mente, que no puede pensarlo todo simultáneamente: lo sucesivo de la mente
sería el tiempo, y el pensamiento, entonces, es el suplicio de Tántalo que
encanece el pelo. Pero si elimino los signos exteriores, que puedo ir
delimitando, cercando y anulando, entonces elimino el tiempo. ¿O no? Si el tiempo encanece el pelo, me rapo, o
mejor, me arranco el pelo de raíz; no más pelo, no más tiempo. Si el tiempo
seca las manos y no permite hojear los libros, renuncio a la lectura, al hojeo,
y se acabó el tiempo. Si el tiempo
disminuye la potencia sexual, entonces digamos que se anula el sexo por
celibato galopante. Y si es difícil o si es imposible, una buena y decidida
castración anula el sexo y con él el tiempo.
Y si el tiempo afloja los músculos y los recubre de grasa, pues
ejercicio y poca comida, y si no resulta, entonces nada de alimento, nada de
tiempo. Pero claro, nada de comida se dice fácil pero también fácil se muere de
eso y de todo lo anterior. En realidad habría que ir cesando la vida, paso
por paso, para cesar el tiempo, y creo
que ahí está entonces la idea o la respuesta a la pregunta: La vida, eso es el tiempo.
La vida
está hecha de tiempo, principalmente de tiempo. Lo demás es ilusorio. Y ahora
me atrapa una reflexión por lo menos curiosa: tanto que tantos se afanan por cosas
en la vida, por objetos, por variedades
relacionadas con el espacio, el espacio
vital como alguna vez fue llamado y tantas vidas costó, tantos esfuerzos
alrededor de lo que, justamente, no es la vida y tanto desdén por la esencia,
por su centro, por su corazón latiendo acompasadamente, por su verdadera
constitución.
Pero esto
tiene consideraciones laterales muy inquietantes, pues si la vida es el tiempo,
la memoria, esa especie de acumulación capitalista de tiempo, la memoria de lo
que ya no es inscripta en lo que todavía es, eso es la vida. Es decir, unos pequeños, infinitesimales ordenamientos
microcelulares, una cierta disposición espacial
de datos, un registro más o menos integral y geométrico, eso es la vida, eso
el tiempo, como quien dice, un espacio
calificado, un espacio ordenado secuencialmente, es el tiempo. Antes habíamos llegado a comprender que el
espacio es un sentimiento, de lo que lógicamente podemos ahora inferir que la
memoria es un sentimiento ordenado secuencialmente, que no hay memoria sin
sentimiento ni cronología, que no se puede sentir si no hay un fundamento anterior
que inicie la secuencia y de ahí, que el sentimiento es un reconocimiento, una
comunicación por los caminos preferenciales o cuerdas o campos, una
comunicación con un otro que es uno mismo
en otro lugar, que en realidad no es otro lugar, sino otro tiempo. Y si es re-conocimiento de uno es repetición
de lo conocido. Ahora también se puede
preguntar qué se repite y la respuesta la sabe cualquiera, hasta uno mismo, se
repite lo mismo, al re-petir, hacemos una petición de principio, aquello otro
es lo mismo, lo igual, lo semejante, yo, mi semejante. Con lo que dando la
vuelta completa vemos que el tiempo no es más que una especie de espejo
inmisericorde, que repite y repite y repite, a lo largo de los caminos y de las
cuerdas y de los campos...la misma estúpida cancioncilla sin importancia que
somos. Que soy.
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